Los motivos de la salida estuvieron claros
una vez que logré atravesar el mapa.
En la largada pensé que la aventura
era la nafta de mi coche invisible
pero con el correr de los kilómetros
fui notando que el verde del pasto
no siempre estaba pintado con el mismo tono.
El problema real no era el trabajo
no fue el cansancio
no fueron los zapatos, ni siquiera el traje
sino la monotonía de esos días.
Es que rondé por las melodías que faltaban
jamás por las que vendrían
mirando la casa que ya no estaba
y quizás viajar hizo sentir que eso no lo era todo.
Salí entonces porque no tenía mi lugar
y quería encontrar un sitio físico
que me hiciera sentir que pertenecía él,
como lo hicieron aquellos rincones de Banfield.
Al ver el mundo inmenso
el mar y su horizonte de cielo gigante
al caminar por las rutas de tierra
noté que esa casa no era tan grande ni tan bonita
que los recuerdos estaban en mi, no en ella.
Atrincherado en mi cuerpo, pasaron los días, los años
las canas comenzaron a aparecer
el dilema también cambió de color
así como mi corazón de dueña
y el amor pudo más que el resto.
Y cuando el amor también comenzó a nublarse
los sentimientos estaban confusos
sueños frustrados se adueñaban del cuadro
las rutas sin lugar marcaron mi número
el dilema pasó por saber cuándo atender el llamado.